viernes, 18 de enero de 2008

A quién engañaba el teatro

Muchas gracias por la atención que habéis dado en Teatro de palabras a nuestro libro sobre las relaciones entre teatro y poder. Las cuestiones que se señalan, además, en la segunda parte de la reseña resultan de gran interés. No hay duda de que las relaciones entre las representaciones en la corte o en los espacios de la nobleza durante el siglo XVII y las que hubo en siglos anteriores, son evidentes; Ricardo habla de Juan del Encina en el palacio del duque de Alba y es un buen ejemplo. Se trataba de una tradición que venía desde fines de la Edad Media y que es común a varios países europeos. Lo que llama la atención en el siglo XVII es el lujo desmedido que las acompaña y el interés por el teatro al servicio de la propaganda política del poder o de la nobleza. Sigue existiendo, claro, el aprovechamiento del poeta o autor teatral en su beneficio, para granjearse el mecenazgo de los nobles, lo hizo Juan del Encina con el duque de Alba y también Lope de Vega con el de Sessa, entre otros.

Pero respecto a la visión del teatro al servicio del poder, como propaganda política, que prima desde hace años, por ejemplo, en Maravall, me parece que hay que tener más datos para poder matizar esa afirmación. En concreto, cuando se lee la correspondencia que los embajadores extranjeros escriben a sus príncipes al día siguiente o muy pocos días después de haber presenciado un gran montaje teatral en el Buen Retiro, en El Pardo o en El Escorial, raro es aquél que no critica lo excesivo del gasto en una España -la del siglo XVII- que se depaupera a marchas forzadas. Es decir, los observadores a los que se quiere "admirar" con el poder aparente que manifiestan esos gastos suntuosos, descubren en su correspondencia política que están muy lejos de creer lo que se trata de presentarles, que "la Corona iba bien".

Por tanto, me pregunto matizando las afirmaciones de Maravall a la luz de los documentos, ¿a quién se lograba engañar con ese teatro palaciego fastuoso? Porque los de dentro sabían bien lo que había y los de fuera...parece que también.

María Luisa Lobato
Universidad de Burgos