jueves, 12 de mayo de 2016
Luis Vélez de Guevara
más allá del modelo de la comedia
En un artículo de 2002 (“Ayer y hoy: una hipotética puesta en escena de La serrana de la Vera”, en Felipe B. Pedraza Jiménez, Rafael González Cañal y Elena Marcello ed. La comedia villanesca y su escenificación, Almagro, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, pp. 89-115.) constataba Piedad Bolaños la nueva fortuna que, tras largo olvido, había ganado en el siglo XX el teatro de Luis Vélez de Guevara. No obstante, eso no le ha conducido a nuestras primeras cotas de popularidad: en sus 30 años de existencia y sus 89 puestas en escena, la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha dedicado una sola de estas al teatro del autor ecijano, en 2004, con un texto de La Serrana de la Vera adaptado por Luis Landero. Esto frente a 22 de Lope, otras tantas de Calderón y 7 de Tirso. O sea, menos olvido que en siglos anteriores, pero fortuna no tanta. Pregunten, si no, y verán que, aunque el título El Diablo cojuelo siga sonando algo –quizá de viejos textos escolares–, la novelita no es lo que se dice una lectura del día.
Pero hete aquí
que el teatro de Luis Vélez de Guevara ha encontrado un tenaz promotor en C.
George Peale, que, volumen tras volumen y año tras año, lleva muchos editando
seriamente su obra. Algo así debía sin duda producirse, pues Luis Vélez no fue
un personaje nada convencional y ha necesitado al final a un americano español
para colocarlo en nuestro tiempo. Abordemos hoy brevemente tres de los más recientes
de estos volúmenes.
Luis Vélez de
Guevara, La niña de Gómez Arias, ed.
William R. Manson y C. George Peale, intr. María M. Carrión, Newark, Juan de la
Cuesta, 2015.
ISBN 978-1-58871-268-4.
ISBN 978-1-58871-268-4.
Escrita
probablemente en la primera década de 1600 (Carrión), los primeros testimonios
textuales son tres sueltas del siglo XVII sin pie de imprenta, una de ellas en
la BNE, T/55344 26. El tiempo de referencia es inmediatamente anterior a la
conquista de Granada.
La niña de Gómez Arias
nos mete de entrada en el mundo de la copla, del donaire y de la gracia –nombre
además de la protagonista–, pero ese mundo es también el de una sociedad
esclavista y el de un triste “don Juan”, Gómez Arias, capaz todas las
villanías, incluida la de vender por 300 cequíes a la mujer que le ama.
¿Estamos pues ante una tragedia? No, se trata de una comedia, en cuyas
convenciones navega con todo este innoble galán, y esto hasta un
final de bodas con perdón incluido: aquí no ha pasado nada.
¿No ha pasado
verdaderamente nada en la tristísima copla de doña Gracia?
Señor Gómez
Arias,
Duélete de mí.
Soy niña y
muchacha…
Ya lo creo que ha pasado, y es que a Vélez le
viene estrecho el marco de la comedia y lo está minando, mezclándolo con la
tragedia. Pero eso tendrá un precio en la recepción del espectador, cuyo
posible rechazo de rupturas es quizá la clave del bajo cartel que tras el siglo
XVII ha alcanzado el autor. Esta marca de La
niña como obra rara, como “teatro imposible”, es inteligentemente
desarrollada por la introducción de María M. Carrión.
Luis Vélez de
Guevara, El diablo está en Cantillana,
ed. William R. Manson y C. George Peale, intr. Juan Matías Caballero, Newark,
Juan de la Cuesta, 2015.
ISBN 978-1-58871-270-7.
ISBN 978-1-58871-270-7.
Seguramente
escrita antes de 1626 (Profeti), el texto aparece en la Parte dieciséis de comedias nuevas y escogidas de los mejores ingenios
de España, Madrid, Melchor Sánchez, 1662. BNE R/22669. El tiempo de
referencia es el reinado de Pedro I el Cruel (1350-1369).
Lo primero que
deja claro la introducción de Juan Matías Caballero es la hibridación de género de
esta comedia, difícilmente clasificable y cercana por puntos, una vez más, a la
tragedia. La figura del rey Cruel se presta en sí a un tratamiento trágico
(recordemos su presencia en El médico de
su honra de Calderón) pero Vélez añade además un guiño entre burlesco y
grotesco. Tenemos pues un rey que abusa despóticamente de su poder para poseer
a una dama y una burla de tradición popular con diablo incluido, figura que
aprovecha el galán prometido de la dama para verla a pesar del alejamiento
ordenado por el rey. Una tragedia potencial y una comedia. Vélez se coloca
entre ambas y su final de juego supone precisamente un cambio abrupto entre
esas las dos ópticas.
Luis Vélez de
Guevara, El cerco de Roma por el rey Desiderio, ed. William R. Manson y C. George Peale, intr. Alma Mejía
González, Newark, Juan de la Cuesta, 2015.
ISBN 978-1-58871-273-8.
ISBN 978-1-58871-273-8.
Se conservan
cinco sueltas del siglo XVII sin pie de imprenta, disponibles respectivamente en Real
Biblioteca, BNE (3) e Institut del Teatre. El tiempo de referencia es el ataque
de los lombardos a Roma en 773.
De nuevo aquí, la
introducción de Alma Mejía González pone de relieve la navegación intergenérica del texto de Vélez, que desborda la
fórmula de la “comedia histórica de asunto extranjero”. La anécdota arranca
efectivamente del ataque a los estados pontificios de Adriano I por parte del
rey lombardo Desiderio, pero los acontecimientos y los personajes que juegan
realmente en la comedia están alimentados mucho más por la épica y la mítica política que por la historia.
Tenemos así un Carlomagno nombrado emperador por el papa, un Íñigo Arista que
recibe también de este el espaldarazo para inaugurar la monarquía de Navarra. Y
tenemos sobre todo dos paladines, uno francés, Roldán, y otro español, Bernardo
del Carpio, que entran de lleno en el mundo de la leyenda.
En la
distancia, el lector actual debe hacerse algunas preguntas ante semejante constructo.
¿Por qué esta reunión de personajes heterogéneos sino para establecer una
continuidad con un pasado que avala el engrandecimiento de las monarquías
española y francesa, precisamente los grandes ejes del tiempo del espectador de
Vélez? ¿Cómo no ver además un paralelo entre el Carlos Magno de la obra y el
Carlos V fundador de la casa de los Austrias? Trasferencia de valores,
continuidad en el tiempo, monarquía “teocrática” (donde se vincula estado y
religión), tiempo “cero” del origen de las naciones, esos parecen ser los temas
en juego. Pero una última pregunta nos tienta desde el mismo título de la
comedia: ¿cómo no ver un guiño del “Cerco de Roma” al “Sacco di Roma” de 1527
en que el ejército imperial de Carlos V ataca la Roma de Clemente VII, hecho
que seguiría seguramente presente en la memoria de oídas de los primeros receptores de la pieza? Real
o proyectado por nosotros, ese guiño, bastante incómodo para su tiempo, habría sido muy
propio del enfant terrible que a
menudo fue Luis Vélez de Guevara.
jueves, 14 de noviembre de 2013
La modernidad de la Numancia
ISBN 978-84-7962-899-4.
Información de la editorial Verbum.
Avanza Jesús G.
Maestro en este nuevo volumen que el teatro de Cervantes adquiere su indudable
perspectiva de modernidad cuando se le saca de las casillas habituales –en las
que nunca entró– para ponerlo más bien en su verdadero contexto europeo: el
descenso a los infiernos de Dante, la bufonada liminar de El rey Lear, la burla de beatos y biempensantes de Molière.
Es
efectivamente Cervantes un clásico contra los clásicos, que hace fluidos a sus
personajes, distintos pues de ‘su’ destino, modernos, montados en la nada de un
pathos que les es externo: “… el único delito de los numantinos radica en su
propia existencia…”.
¿Cuál es la
clave esencial de esa tragedia cervantina, su legado para nuestra propia
(post)modernidad? El ensayo de Maestro apunta como primera respuesta a la
secularización, es decir, algo que no tiene nada que ver con la moralización de
la tragedia española de finales del XVI (senequista, italianizante),
sobrecargada de horrores y de reyes tiranos, pero carente de vida popular.
La tragedia
cervantina expulsa a los dioses de la acción, en un mundo donde todo se vuelve
humano y donde solo el tiempo-historia trasciende los hechos y les da un
posible (sin)sentido, pero tan provisional, tan relativo…
Cervantes y
Shakespeare. ¿Qué les une? Su interés por revelar el revés de la máquina
teatral, es decir, por hacer metateatro. ¿Por qué lo hacen ambos? Es el
‘pliegue’ de Deleuze que acecha el theatrum
mundi barroco… y a nosotros mismos en nuestra postmodernidad: eso es lo que
hace a Cervantes y a Shakespeare nuestros contemporáneos. ¿Más que a Lope? Sí,
en la medida que la afirmación del personajes frente a la norma/la
trascendencia no es tan radical en la Comedia Nueva como en el caso de
Cervantes.
Particularmente
sabroso el apartado de Maestro sobre literatura y religión: los dioses “no
entienden, diríamos, de epistemología, solo de ética”. Lo propio de los dioses
es efectivamente mostrar poder, pero luego no saben aprovechar la imagen en
buenos textos: para eso necesitan a los pobres diablos de los humanos para que lo
cuenten. Los dioses viven en la literatura y de la literatura, un medio que sin
embargo les es extraño.
Pero la
tragedia que ensalzaba a los dioses está cambiando con Cervantes, Shakespeare y
Milton: los dioses dejan ahora de matar, justificar la muerte o autorizarla. La
metafísica se hace historia. Ahora son simples romanos y numantinos los que se
encargan de esos asuntos, incluido el hecho límite –bastante inefable hasta
ahora– de suicidarse.
Boutade que quizá no
lo sea tanto al hilo de la lectura de Maestro: ¿Había leído Cervantes a Nietzsche?
Porque la de Cervantes es la tragedia deicida, no porque se mate en ella a los
dioses, sino porque estos se han ido. Los hombres además saben, conocen la catástrofe a la que se dirigen, pero deciden
seguir adelante. Todo ocurre en un mundo caótico y absurdo de palabras sueltas
que ruedan en el vacío: el mundo de Vladimir y Estragon. Y esa es la segunda
lección de Maestro, tras poner a Cervantes en relación con sus contemporáneos
europeos: avanzar una lectura del teatro cervantino en feed-back con las líneas más rompedoras que han construido el teatro
(la tragedia) del siglo XX, de La casa de Bernarda Alba a Brecht, a Pirandello.
Es ahí donde se ajusta por fin la óptica que permite considerar hoy el teatro
de Cervantes. La reflexión fílmica debería concurrir igualmente, pero esa es ya
otra entrega futurible.
Bravo, Jesús G. Maestro, sobre
todo por la perspectiva de lectura abierta, trasversal, europea, modernísima,
en la que la obra de Cervantes gana su verdadero relieve para el lector de hoy,
que es un lector por el que vale la pena luchar.
miércoles, 31 de julio de 2013
Nave73, I Festival de teatro clásico de Madrid
AlmaViva Teatro, Fuente Ovejuna
Calle Palos de la Frontera 5, en el madrileño barrio de Atocha, un lunes 29 de julio, 8 de la tarde. Hay movimiento ante el portal de la casa de vecinos, en cuyos fondos se esconde un espacio de ese nuevo teatro que emerge en la villa y corte, contra viento y marea, sin subvenciones pero con el apoyo de la gente. Y ya lo creo que la gente estaba allí, puntual a la cita de Nave73.
Nave73 organizaba estos días del cruce de julio y agosto –como para dejar bien claro que su convocatoria puede con la crisis y hasta con la indolencia veraniega– nada menos que un primer Festival de teatro clásico de Madrid, en el que reunía tres jóvenes compañías: AlmaViva Teatro con Fuente Ovejuna, Shake & Falstaff con El caballero de olmedo y 300 Pistolas con El perro del hortelano.
Primer round –y nunca mejor dicho–, Fuente Ovejuna de AlmaViva Teatro, puesta en escena de César Barló, director que ya ha tenido más de dos ocasiones de bregar con los clásicos. Veamos brevemente algunas de las claves principales de este magnífico trabajo teatral.
La idea del pugilato: impregna de entrada todo el juego teatral, tanto entre actores y espectadores como en las réplicas entre actores. Las vendas de boxeo refuerzan visualmente esta idea y se convierten así en uno de los hilos conductores de una escenografía que tiene algún altibajo (las vendas no son utilizadas en toda su potencialidad en la escena de Laurencia desmelenada) pero que mantiene en general un buen ritmo.
Los espectadores: interpelados por los actores durante sus intervenciones brechtianas, sienten el deseo de intervenir pero saben que el don de la palabra no les está reservado en esa magia. ¿Qué habría pasado si hubiéramos roto esa regla? Lo que está claro es que ello no había desestabilizado mayormente a los actores.
Lope: su texto es evidentemente reducido pero no sale perdiendo un ápice. El verso es dicho con mucho sentido y los encuentros amorosos son realmente una delicia.
En resumen: esto de Nave73 y AlmaViva Teatro debe hacerse con los clásicos si pretendemos que sigan siendo clásicos para alguien, o sea, que sigan significando algo, que visualmente se puedan poner de pie, que la gente inunde una corrala hasta los topes cualquier tarde de verano. Bravo Nave73 y este primer Festival de teatro clásico de Madrid. Bravo AlmaViva Teatro. Sois unos clásicos, como Lope, y sabéis como él hacer teatro.
martes, 11 de diciembre de 2012
Aparición del volumen 22, 2012, de la revista eHumanista
La revista eHumanista se publica desde 2001 en el Department of Spanish and Portuguese de la University of California, Santa Barbara. ISSN 1540 5877.
Editor: Antonio Cortijo Ocaña
Associate Editor: Ángel Gómez Moreno
Associate Editor: Erin M. Rebhan
Entre sus proyectos anejos, alimenta unas ediciones de teatro áureo.
Enhorabuena por el volumen 22.
lunes, 26 de noviembre de 2012
De cómo inventar lo clásico
Evangelina Rodríguez Cuadros, El libro vivo que es el teatro. Canon, actor y palabra en el Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 2012.
ISBN: 978-84-376-3035-9.
ALFREDO HERMENEGILDO.- Año 1981. Se convoca en Madrid
un congreso sobre el teatro de Calderón de la Barca. El Secretario General era
mi amigo y colega Luciano García Lorenzo. Fue él quien me encargó que
“presidiera” una sesión dedicada al teatro menor calderoniano. Un encuentro inolvidable.
Entre otros oradores, intervinieron dos jóvenes profesores de la Universidad de
Valencia: Evangelina Rodríguez Cuadros y Antonio Tordera. Me impresionó la
autoridad, la galanura y la eficacia comunicativa que tenían los dos
colegas. Disertaron sobre Intención y
morfología en Calderón de la Barca. No lo olvidaré nunca. Yo vi aquella
intervención como una promesa. Promesa que se ha cumplido con creces. Luego nos
ha unido una entrañable amistad. Y cada uno ha seguido su camino por las difíciles
veredas universitarias.
Todo esto para anunciar que, ahora, la doctora
Evangelina Rodríguez nos ofrece una obra
madura, resultado de su largo recorrido por las aulas universitarias, por
los archivos y bibliotecas, por la difícil y ardua investigación. El volumen,
recientemente aparecido, El libro vivo
que es el teatro que anunciamos al frente de estas líneas, quiere ser una
especie de gran puerta que invita a la reflexión y a la búsqueda inevitable y
necesaria de nuevas vías para conocer mejor o, simplemente, para conocer cómo
funcionó la experiencia teatral en los tablados del siglo XVII y, más tarde, en
las escenas que le han ido sucediendo a través del tiempo.
A partir de ahí, me gustaría, Ricardo, que abriéramos
nuestro diálogo, tan fructífero en otros momentos, diálogo cuya fórmula nos
servirá de plantilla para hacer una reseña a dúo sobre ese libro vivo que habla de algo tan vivo como es el teatro.
RICARDO SERRANO.- Para entrar en el libro de
Evangelina, yo voy a retroceder algo más en el tiempo, hasta aquel sábado lluvioso de
principios de mayo de 1946 en que volvió Ortega a hablar en el Ateneo de Madrid
–y era un Ortega cansado el que volvía, después de tantos años de rodar por
ahí– con una conferencia que seguramente quiso anodina y que no lo fue tanto.
Trataba de teatro, de qué es el teatro y llegaba a ese Madrid cultural, diezmado
y doctrinario, sólo unos pocos años antes del estreno de Historia de una escalera.
Ocurrió lo propio: el esperable artículo patriótico en
Arriba y el silencio, sobre todo el
silencio, primero porque era Ortega y
segundo porque se trataba de teatro. La dictadura nunca toleró a ninguno de
los dos.
Aquella reflexión de Ortega quedó perdida entre
miedos y desidias. La llama que la alimentaba tardó tiempo en volver a prender
en una España donde era difícil hacer teatro, el clásico más que ninguno,
puesto que era una reliquia que estaba en los libros de texto de literatura del
bachillerato, pero poco y mal donde tenía que estar: en los teatros. Y allí
terminaría convirtiéndose en una bomba, con el tiempo, a pesar de todos los
pesares, o sea, los lastres del teatro clásico en aquella España que nos
describe con clarividencia el libro de Evangelina.
Pero hay una segunda parte –anterior, como hacen
algunos novelistas– y Evangelina nos mete de sopetón en ella llevándonos al
estudio del pintor Esquivel, donde está reunida la inteligencia romántica. Aquí Hartzenbusch, aquí Martínez de la
Rosa. ¿Qué están haciendo?, nos preguntamos. Están inventando el teatro clásico español, nos explica Evangelina.
ALFREDO HERMENEGILDO.- La consistente introducción
del volumen, inscrita bajo la divisa Ut pictura theatrum, presenta una
serie de cinco capítulos que entran de lleno en el problema que plantea el
teatro como vida, frente al texto dramático como monumento inmóvil explotado de
diversas maneras por la crítica posterior. Yo diría que el teatro o es representación o no es. Y cada representación, en
cada época en la que se realiza sobre las tablas, es una y única. Las que
siguen, son la expresión de otro momento vivido, de manera irrepetible, por
otros actores y por otro público. Llegaría a decir, incluso, que en la misma representación
hay muchos públicos definidos por su localización en el recinto público, por su
condición social, etc... El problema es extremadamente complejo, pero hay que
proceder por la vía de la reducción para fijar un corpus analizable.
Ricardo, me gustaría que comentaras la inserción, al
principio del volumen, del cuadro de Esquivel, cuadro en el que se apoya
Evangelina Rodríguez para ilustrar el principio de su reflexión sobre Ut pictura theatrum. El teatro como
pintura o espejo de la vida humana fue, tal vez, lo que los públicos del Siglo
de Oro interpretaron para terminar dejándose llevar por la pasión de las
tablas. La lectura que hace la autora de los personajes presentes en el cuadro
de Esquivel me parece un acierto lleno de agudas observaciones y de sugerencias
para entrar en lo hondo del problema del teatro como vida.
Hay algo sobre lo que me gustaría discutir en torno a
esta larga introducción. Y es lo que la autora del libro identifica en la
gestión del teatro clásico como una vía marcada por el síndrome de afinidad “identitaria”. Yo me pregunto si esa
afinidad “identitaria” es una y única. Yo creo que no. Cada época busca la
suya, con sus aciertos y sus fracasos. Quizás hemos vivido en nuestra juventud
un momento de exaltación de esa identidad enloquecida por los “mitos eternos”.
Y quizás en otros momentos de nuestra historia, de la historia, sin el
“nuestra”, han surgido tentaciones de apropiarse los textos clásicos en
beneficio de una cierta manera de ver el mundo. El teatro áureo no puede ser
sólo arqueología. Los textos, la literatura dramática, sí lo son tal vez. Pero
el teatro áureo, que no fue arqueología, sino vida creadora, cuando se
representó en el XVII, debe surgir como sabia energía en la recreación que las
sucesivas representaciones van haciendo de aquellos temas, de aquellos
enfrentamientos humanos, de aquellas pasiones tan “actuales” como las que
pueden vivirse hoy. El teatro áureo fue vanguardia y así debe hacerse hoy
cuando se actualiza un texto dramático y se hace con el teatro en las tablas de
la escena de este tiempo histórico. Y de todos los tiempos.
RICARDO SERRANO.- Ese cuadro de Esquivel, Los poetas contemporáneos. Una lectura de
Zorrilla en el estudio del pintor (1846, Museo del Prado), es la foto que
reúne a un grupo ya declinante en un acto simbólico que, leído a través del
libro de Evangelina, cobra para nosotros casi el mismo carácter de aquella foto
del Ateneo de Sevilla de 1927: la (falsa) reunión en el estudio de Esquivel
podría tomarse también como un acto fundacional,
el del teatro clásico español.
Entendámonos, ese teatro existía –había existido, más
propiamente–, pero estaba dejado de la mano de Dios, y los románticos lo
recuperaron del olvido, lo cuidaron, lo editaron y lo convirtieron en nuestro
teatro clásico. Nos inventaron una identidad con algo que no tenía nada de tal.
Y la cosa funcionó bastante bien pero, cargadas las tintas en lo identitario, la exportación del producto quedó truncada,
con lo que un corpus que había transitado por Europa en el momento de su
producción (recuérdese el fenómeno Lope o el de La verdad sospechosa) dejó de hacerlo cuando se convirtió en clásico-castizo.
Los románticos salvaron el teatro barroco pero, al
mismo tiempo, lo encasillaron: lo convirtieron en arqueología. Su modernidad fue
una invención del pasado.
De rechazo, este fenómeno produce dos nuevas carencias, que nos afectan
todavía hoy y que El libro vivo que es el
teatro ilustra abundantemente: 1) la moderna teoría sobre el teatro se ha
elaborado fuera de nuestras fronteras culturales y sin contar (o contando
apenas) con el corpus teatral español de los Siglos de Oro; 2) el teatro
clásico español queda reducido así a puro texto emblemático, paradigmático,
convertido en norma.
ALFREDO HERMENEGILDO.- Evangelina niega, con razón,
la existencia de una homogeneidad única y nacional. Y añade que el deber de los
que vuelven a abrir el texto al público de cada tiempo, es el de “deconstruir”
“aquella homogeneidad única”. El teatro, cuando es teatro y no texto fijado en
los manuscritos o en las ediciones del XVII, es vida. Por lo tanto, es vida
actual, de cada uno de los tiempos en que la obra sube al tablado.
Pero quisiera romper una lanza en contra del uso de
verbo “deconstruir” y a favor de la forma “desconstruir”.
La primera, creada por Derrida y aceptada por la RAE (“deshacer
analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual”, deja
de lado una tradición presente en un texto dramático de principios del siglo
XVI. Ya he aludido a ello en otro momento. En la Égloga interlocutoria (obra escrita hacia 1509) de Diego de Ávila,
se usa el término “descostruillas” en un sentido que coincide con el que se
atribuye a “deconstruir”. El pastor Tenorio, persiguiendo al lobo, se ha
tropezado, ha caído y se ha quedado medio adormecido tras el golpe recibido.
Cuando le despiertan, otro personaje le recuerda que, mientras estaba dormido,
“cosas decías que un escribano / no supiera descostruillas”, es decir, no
sabría interpretarlas y analizar los elementos contenidos en el discurso del
pastor amodorrado. No sería malo recuperar el término usado por aquel escritor
de principios del siglo XVI, término que usó en un sentido casi idéntico al que
maneja el filósofo francés y que recoge el diccionario de la Real Academia.
Ahí queda dicho.
Y ya que andamos
proponiendo rectificaciones que tal vez puedan ser útiles, añado ahora otra que
me parece más importante. Me refiero a la lexía [sinecdótico]. Cita Rodríguez
Cuadros un pasaje de El divino Jasón
calderoniano, donde “Salen Hércules y Teseo, que son San Pedro y San Andrés,
con una aspa y una llave grande Pedro”. Los dos semas confirman que los
personajes de la mitología griega son un doble alegórico de los dos apóstoles.
Es decir, que Calderón apura el mecanismo “sinecdótico” hasta llevarlo al
terreno del mensaje evangélico. La lexía [sinecdótico] que utiliza Rodríguez
Cuadros, en mi opinión, debe modificarse. La autora, impulsada, posiblemente,
por el “anecdótico” derivado de “anécdota”, ha fijado el “sinecdótico” derivado
de “sinécdoque”. El adjetivo debe ser “sinecdóquico”. El Diccionario de la Real
Academia no recoge ni “sinecdótico” ni “sinecdóquico”. Creo que la rectificacón
se impone.
RICARDO SERRANO.- Ese concepto de
deconstrucción/desconstrucción es recurrente y clave en el volumen que nos ocupa: Evangelina no suelta
presa y desmonta sin cesar el concepto de “lo clásico”.
Deja claro, para empezar, que lo clásico no es ningún
acervo de valores eternos (el mercado cultural actual prefiere “valores
seguros” y, sobre todo bestsellers),
primero porque esos valores no existen y, además, porque lo instantáneo del
teatro viene a añadir una perspectiva, una distancia de extrañeza que forma
parte del juego de la trasmisión del pasado.
Así se desgrana un conjunto de dicotomías –¿imagen o
palabra? ¿arqueología o invención?– que se resuelven necesariamente por la
tangente: ambos elementos a la vez. Para ello Evangelina nos brinda una nueva
metáfora, de nuevo la pintura. Esta vez, la del valenciano Equipo Crónica (Manolo Valdés, Rafael Solbes, Juan Antonio Toledo),
que en los años de la transición repintaron unos clásicos postmodernos.
¿Qué hace el Equipo Crónica? Añadir una distancia brechtiana: una de las
condiciones para tratar a los clásicos sin que se nos mueran en la mano. La
otra condición es saber, en lo que nos toca, cómo se hacía el teatro en el
XVII, y en ese terreno se ha avanzado bastante, gracias a los investigadores
que a ello han dedicado sus esfuerzos, incluida la misma Evangelina.
ALFREDO HERMENEGILDO.- Centrado en la “comedia nueva”, el corpus estudiado por El
libro vivo que es el teatro deja al margen una buena parte de lo que se
llama normalmente “teatro del Siglo de Oro”. Me refiero a toda la producción
aparecida durante el siglo XVI, durante el Quinientos
español, y que ha sido mi objeto de estudio a lo largo de muchos años. En
el siglo XVI hay unos textos y hubo y ha seguido habiendo una representación,
una teatralización de los mismos. Es cierto que su area de influencia, su
difusión y transformación en vehículo de una ideología marcada por esos rasgos
“nacionales” a que hace alusión directa Rodríguez Cuadros, no tiene las
dimensiones del teatro del XVII. Es más, teniendo en cuenta los múltiples
públicos, cerrados/cautivos y abiertos a los que se dirigió en su versión
primordial, el teatro del Quinientos tiene una dimensión diferente. Y no es de
extrañar que, aun habiendo aportado a la historia del teatro español múltiples
elementos estructurantes (el bobo, la españolización de la commedia dell’arte, la politización de una manera de ver el mundo
que poco o nada tenía que ver con el discurso oficial, la crítica feroz al
sistema político tiránico, la reflexión sobre la tradición teatral
greco-romana, el teatro como vehículo de enseñanza en colegios y universidades,
etc... etc...), sin embargo, no llegó a formular en sus textos –todo lo contrario–
un discurso magnificador de las “esencias patrias”. El aspecto relativo a la
representación es distinto, como señala Rodríguez Cuadros. Pero pensemos
simplemente en los textos de Juan de la Cueva, Cristóbal de Virués, Lupercio
Leonardo de Argensola, para concluir que están muy lejos del discurso que, en
términos generales, triunfó a partir de la “comedia nueva”. Y me pregunto: ¿por
qué no se ha representado ese teatro? En mis trabajos he intentado dar alguna
respuesta, pero hace falta que surja un estudio de la envergadura del que nos
ocupa, también referido a toda la experiencia textual, teatral, escénica,
representacional… de lo que se puso en escena durante el siglo XVI y que se ha
llevado poco o nada a las tablas en los siglos posteriores. Ver hoy algún
intento como el de Ana Zamora –teatro de Lucas Fernández–, el de las Cortes de la Muerte que contemplé hace
años, ciertos ejercicios realizados con la Medora
de Rueda, no hace más que obligarnos a echar de menos en las tablas actuales
esa presencia mayor de una parte del teatro español del Siglo de Oro.
RICARDO SERRANO.- El teatro del XVI es todavía
asignatura pendiente (el del XVII también, entendámonos), pero ya Los Goliardos, en los mismos años del Equipo Crónica, comenzaron a paliar la
carencia con muy buen pie. El grupo segoviano Nao d’amores, dirigido por Ana Zamora está haciendo ahora un
trabajo realmente extraordinario, y puedo testificar de ello, no sólo por el
reciente Lucas Fernández del teatro Pavón sino por el espectáculo realmente
sobrecogedor (El misterio del Cristo de
los gascones) que he podido verles en una preciosa iglesia románica de
Segovia. El grupo ha organizado este septiembre un segundo curso de teatro
prebarroco, pero, no te creas, ha sido un curso de teatro, no de textos
teatrales. Esos experimentos –porque lo son en el pleno sentido de la palabra–
van a contribuir a cambiar nuestro concepto de lo clásico, al que el desmontaje
de Evangelina da ahora un nuevo empujón. “Sigamos” es el mensaje.
ALFREDO HERMENEGILDO.- Para estos
comentarios surgidos tras la lectura atenta de este espléndido trabajo de
Evangelina quiero hacer alusión a un artículo breve que publiqué hace años y
que llevaba por título Capricho español:
¿Dónde están los “innumerables
dramaturgos”?. Me refería al Dictionnaire
de théâtre de Patrice Pavis donde se alude a los “innumerables
dramaturgos”, entre los que no figuran, o casi no figuran, los autores
dramáticos españoles. El caso de Patrice Pavis no es único, pero es
significativo. El diccionario aludido
fija la aparición de la estética del teatro
en el teatro en los principios del siglo XVI. Y cita «… parmi les
innombrables dramaturges [a] Shakespeare, T. Kyd, Rotrou, Corneille, Marivaux,
Pirandello, Brecht, Genet». Entre los innumerables
dramaturgos deben de estar quizás, convenientemente ocultos y reducidos
al silencio, cual si fueran los malditos del Don Juan Tenorio zorrillesco, Juan del Encina, Lucas
Fernández, Torres Naharro, Diego de Ávila (muy en principios del siglo XVI),
Cervantes, Lope de Rueda, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca y
tantos otros que casi siempre quedan olvidados. Y el olvido, o la ignorancia,
no es una condición eximente de culpa. Y hoy me pregunto, a la
luz generosa del libro de Evangelina Rodríguez, de quién es la culpa. ¿Es que
el teatro del XVII –sus textos– se ha recuperado en beneficio de una visión
excesivamente reductora de la vida nacional?
En todo caso, sí puedo afirmar claramente –lo decía en el trabajo aludido
líneas arriba– que la teoría sobre el teatro surgida en los últimos decenios se
ha hecho sin tener en cuenta –o casi sin tener en cuenta– la presencia
gigantesca del teatro español del Siglo de Oro.
La pregunta ahora es
cómo salir de este círculo aparentemente cerrado. Creo que el camino marcado
por El libro vivo que es el teatro es
una senda magnífica por la que habrá que circular, se quiera o no se quiera. Y
espero que el teatro del siglo XVI sea integrado también, con sus luces y
sombras, en el conjunto de innumerables dramaturgos
que reclaman su presencia a la hora de trazar las líneas maestras, los rasgos
diferenciales, las notas necesarias para mejorar el rendimiento y la eficacia
de la teoría general del teatro.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Monstruos de apariencias llenos. Espacios de representación y espacios representados en el teatro áureo español
Monstruos
de apariencias llenos. Espacios de representación y espacios representados en
el teatro áureo español, Edición al cuidado de Francisco Sáez Raposo, Bellaterra,
Grupo de Investigación Prolope, Universitat Autònoma de Barcelona, 2011
ISBN: 978-84-615-5787-5
Autora de la reseña:
Maria Canelles Trabal
Universitat Autònoma de Barcelona
En su
estudio titulado “Espacios teatrales: su significación dramática y social”, que
cierra el volumen que nos ocupa, Margaret Rich Greer constata que disciplinas
sociales como la historia (pero también la sociología o la antropología) han
desarrollado recientemente una perspectiva espacial. El espacio, dice Margaret Greer,
ha dejado de ser interpretado como el escenario donde pasan cosas para
considerarlo como un componente inseparable de la historicidad y sociabilidad
de la existencia humana. Parafraseando a Henri Lefebvre, Margaret Greer afirma que el espacio es a la
vez objetivo y subjetivo, material y metafórico, medio y resultado de cualquier
relación social. Es desde esta mentalidad, partiendo de este concepto variable
y general del espacio, desde donde se ha creado este libro que pretende indagar
sobre los espacios de representación y los espacios representados, como indica
el título del volumen, en el teatro áureo español.
La
miscelánea, tal y como apunta su editor, Francisco Sáez Raposo, nace de un concepto del espacio lo más global posible . De esta manera, caben reflexiones de índole
diversa entre sus páginas. Aunque no sea el tema principal del libro, hay
cierta voluntad en profundizar en la
puesta en escena del teatro áureo, cuestión que subraya aún más el carácter
interdisciplinario del volumen, ya que la puesta en escena teatral es un
fenómeno eminentemente heterogéneo en el que participan cantidades imprecisas
de profesionales y ámbitos artísticos. El resultado es un libro interesante por
el posicionamiento crítico y a la vez algo desequilibrado: los temas de los
trabajos que se encuentran recogidos son variados y a veces esconden textos
personales sobre experiencias profesionales concretas. Comparten espacio, por
ejemplo, el artículo ya citado de Margaret Rich Greer que indaga sobre la
significación social y representativa de los espacios teatrales barrocos
(partiendo desde un ángulo ancho sobre el mapa teatral de la ciudad barroca y
concretando con ejemplos de Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón y Calderón), con
las valoraciones personales de la actriz Alicia Sánchez y del diseñador de
vestuario Lorenzo Caprile.
Alicia
Sánchez es una actriz de larga trayectoria profesional. Y en este artículo, titulado “El verso como expresión”, relata de una forma muy personal su relación
con el verso desde distintos puntos de vista que ella divide de la siguiente
manera: como persona, actriz, directora teatral y profesora. Lorenzo Caprile,
por su parte, relata su experiencia como figurinista y diseñador de vestuario para
la Compañía Nacional
de Teatro Clásico en el montaje Don Gil
de las calzas verdes de Tirso de Molina. Para el modisto, se trata de la
primera experiencia como diseñador de un espectáculo de teatro clásico. Estos
dos artículos son interesantes porque aportan un punto de vista alejado del
estudio filológico del texto teatral, pero a la vez parecen aportar poco más que algunas anécdotas personales. Aunque
dudamos si la forma y el contenido de estos artículos son las más adecuadas
para el contexto de la publicación, no es menos cierto que la incorporación de
relatos de experiencias profesionales al entorno del teatro es valiosa (porque,
en definitiva, el teatro se vive, ya sea como creador, actor, diseñador o
espectador).
A pesar de
que el título de la miscelánea haga referencia al teatro áureo, sólo un
artículo se dedica íntegramente al teatro renacentista español; los otros se
concentran en el teatro barroco. Se trata del artículo de Javier Huerta Calvo y
se adentra, como ya hemos dicho, en el desarrollo escénico de los primeros
autores del teatro clásico español. Partiendo de algunas consideraciones
teóricas semióticas, el autor distingue tres tipos de espacios teatrales (el
espacio teatral, el espacio escénico y el espacio dramático) y los aplica al
teatro renacentista español. Se establecen algunas tipologías de espacios
teatrales como el monte, el bosque o el jardín y se plantean cuestiones
escenográficas para las creaciones de dichos espacios en el teatro de autores como
Juan del Encina, Lucas Fernández, Bartolomé de Torres Naharro o Gil Vicente.
Entre los artículos del volumen, se encuentra “La música en el teatro clásico
español” de Antoni Rossell. Este trabajo se interroga sobre la función del
elemento musical y su incidencia en factores tales como la popularidad, la
transmisión, la intertextualidad y la intermelodicidad. El estudioso divide su
trabajo según los epígrafes siguientes: cronología, estilos y objetivos; tipos
y géneros dramático-musicales; teatro, música y emoción; imitación y
compositores y finalmente unas notas para una conclusión. María Luisa Lobato
analiza profundamente en un trabajo largo y exhaustivo el espacio de la fiesta
en la España
del Siglo de Oro. La investigadora centra su estudio en las variantes
parateatrales de danzas, arreos, comedias, toros, matachines, mojigangas,
mascaradas, etc. El trabajo, después de una sistematización de la tipología de las fiestas, se centra en las máscaras y su presencia en otros
ámbitos, como en algunas comedias palatinas de Calderón, por ejemplo. Este
trabajo tiene un peso central en la miscelánea porque la fiesta es, en
definitiva, el espacio paradigmático de la representación del teatro áureo. Nos
preguntamos si no hubiera podido abrir el volumen este artículo, ya que
establece los parámetros espaciales del teatro áureo. El trabajo de Felipe B.
Pedraza se aleja de los planteamientos anteriores. Pedraza sistematiza, analiza
y valora las puestas en escena actuales de los clásicos. A partir de numerosos
ejemplos y de anécdotas el estudioso valora algunas ideas y paradojas que
persiguen la puesta en escena de los clásicos. Entre las ideas más relevantes
que se establecen se encuentra, por ejemplo, la cuestión del público. Según
Pedraza, el teatro clásico español era un espectáculo creado para un público
concreto, pensado y elaborado para que el espectador de entonces se sintiera a
gusto. Muchas puestas en escena transgresoras actuales parecen establecer una
relación a la inversa con el público: según Pedraza, Calixto Bieito no tiene
precisamente en cuenta al público en sus montajes. El autor también reflexiona
sobre la convivencia actual de la tradición teatral posterior (eso es el
escenario a la italiana, los decorados establecidos por bambalinas, las salas
oscurecidas, etc.) con los textos clásicos que no conocieron en su momento esas
formas de representación.
Lope de
Vega es el autor que tiene más éxito como materia de estudio en este volumen.
Comparten asunto lopesco seis artículos de un total de trece y se convierten en
el núcleo de peso de la miscelánea. Héctor Urzáiz, en su trabajo “La puesta en
escena de La corona merecida de Lope
de Vega”, analiza todas las particularidades que pudo tener el estreno de
esta obra de Lope. Se estudia la cuestión de las fuentes o leyenda popular que
originó la trama de Lope, las consecuencias vitales que tuvo el espectáculo
para la actriz Jerónima de Burgos (a quien luego de interpretar el papel
protagonista no se le conoce ningún rastro profesional), o las posibles
interpretaciones políticas que hubiera podido tener la puesta en escena de esta
obra en 1603. Por su parte, Miguel Zugasti en su artículo “El espacio escénico
del jardín en el teatro de Lope de Vega” apunta algunas ideas clave sobre la
simbología del jardín en las comedias de Lope: primeramente el autor determina
que cualquier espacio teatral, y sobre todo en el seiscientos, es simbólico, y
a partir de esta premisa el autor desarrolla su estudio, que empieza con una
breve disertación sobre la simbología occidental asociada al jardín. Luego el
autor valora los jardines reales, no simbólicos, del Barroco y la relación
personal de Lope de Vega con ese espacio. Los planteamientos sobre naturaleza y
artificio barroco y la idea del jardín lo llevan a plantearse su utilización
simbólica por parte de Lope. Finalmente, se aporta un breve apunte sobre la
supuesta escenografía del jardín. El siguiente estudio, de Abraham Madroñal, se
centra en las particularidades del teatro de Lope de Vega en su época de senectute, cuestión que le sirve para
contextualizar el momento de creación de la comedia La noche de San Juan.
Madroñal se adentra en cuestiones históricas del estreno de dicha
comedia para después analizar con profundidad las características y las
referencias metateatrales de los bailes, que se incluyen en el apéndice. Se
trata de un estudio muy riguroso que aporta no solo datos concretos, sino
reflexiones generales sobre la creación dramática en la corte durante los
últimos años del Fénix. En el trabajo titulado “Representación y escenificación
de las cruzadas en el teatro de Lope de Vega”, de Oana Andreia Sâmbrian, se
plantean cuáles son las características de las comedias de moros y cristianos,
concretamente las de Lope de Vega, así como la puesta en escena de las
cruzadas, tarea bastante difícil debido al decorado y despliegue de personajes
que conllevan. La autora aporta un listado con una ficha técnica de todas las
obras de temática bélica entre moros y cristianos de Lope antes de adentrarse
en las cuestiones de puesta en escena como la música, la representación de una
multitud (un ejército), el enfrentamiento o la simbología de la cabeza del
moro. Se cierra el estudio con una breve reflexión que alude al receptor ideal
de estas comedias. Aún dentro de la esfera de estudios
dedicados al Fénix, Juan Antonio Martínez Berbel en su trabajo “Agustín Moreto
reescribe Lope de Vega: cuestiones espaciales” se plantea si el tratamiento de
los espacios en Lope de Vega y Agustín Moreto supone una evolución de la
concepción dramática de uno respecto al otro. El autor se adentra en el
análisis de las técnicas de reescritura de Agustín Moreto basándose en el
corpus de tres comedias suyas y sus equivalentes lopescos. Se trata de las
parejas siguientes: De cuanto acá nos
vino y De fuera vendrá; El mayor imposible y No puede ser al guardar una mujer; y El castigo sin venganza y Antíoco y Seleuco. Finalmente, entre los
estudios de materia lopesca, se encuentra el de Natalia Fernández Rodríguez, en
el que se analiza la materialización escénica de las comedias hagiográficas del
teatro áureo basándose en el poder de la imagen con relación a la doctrina cristiana sobre el pecado y la virtud. La autora intenta demostrar que los excesos escenográficos que siempre se han relacionado con
este tipo de comedias no fueron siempre tales, sino que existieron
puestas en escena mucho más sobrias que sí conseguían los supuestos religiosos planteados.
Para la investigación, la estudiosa dispone de ejemplos de distintas comedias hagiográficas
de Lope de Vega. Este estudio, en nuestra opinión, maneja con gran equilibrio
distintas disciplinas críticas entre las que se combinan y complementan datos
históricos y semiótica teatral.
Como
esperamos se haya apreciado, el punto de vista interdisciplinario es lo que da
forma a este volumen. Se habla de la construcción de los espacios dramáticos
del primer teatro clásico español; se analizan algunas particularidades
escenográficas de comedias concretas de Lope de Vega; se estudia la creación
escénica de la comedia hagiográfica; se encuentran valoraciones sobre los
montajes de textos clásicos en la actualidad; se profundiza en la presencia de
la música en la representaciones de los siglos XVI y XVII; o se aportan
consideraciones sobre el espacio de la fiesta en la España del Barroco. Se
trata, pues, de un intento muy loable de dar al teatro clásico la oportunidad de ser estudiado en muchas de sus dimensiones posibles, sin basarse solo en lo
estrictamente textual. El hecho de que los trabajos escogidos tengan en común un
tema tan amplio, los espacios de representación y los espacios representados,
sirve para expresar la gran variedad de puntos de vista que se recogen y dan
personalidad a este libro. Sin embargo, como decíamos más arriba, estas mismas
características positivas pueden resultar la causa de cierta descompensación
entre los trabajos recogidos: estudios de peso intelectual se aparejan con
textos basados en consideraciones o experiencias personales sin mucha más
elaboración que el relato de una anécdota, aunque es muy posible que se trate de una cuestión de tono, más que de contenido, lo que hace que ciertos artículos parezcan descompensar el rigor del volumen. A su vez, la miscelánea recoge un
corpus de estudio de materia lopesca de gran solidez intelectual que podría tener
entidad por si solo. En definitiva consideramos muy conveniente la
apertura teórica del libro que lo convierte en un
volumen muy interesante porque aporta un modelo de pensar el estudio del teatro
clásico -como un espectáculo que- recoge fenómenos artísticos variados y
distintas maneras de enfocarlos.
viernes, 16 de septiembre de 2011
Comedias de Agustín Moreto. Primera parte de comedias, II
Comedias de Agustín Moreto. Primera parte de comedias, II, María Luisa Lobato dir., Judith Farré Vidal coord., Kassel, Reichenberger, 2010. ISBN: 978-3-937734-84-2.
Obras de Moreto que contiene: De fuera vendrá, Delia Gavela García ed.; Hasta el fin nadie es dichoso, Judith Farré Vidal ed.; La misma conciencia acusa, Elena di Pinto y Tania de Miguel Magro ed.
Obras de Moreto que contiene: De fuera vendrá, Delia Gavela García ed.; Hasta el fin nadie es dichoso, Judith Farré Vidal ed.; La misma conciencia acusa, Elena di Pinto y Tania de Miguel Magro ed.
Autora de la reseña:
Almudena García González
Universidad de Castilla-La Mancha
El grupo de investigación PROTEO, liderado desde la Universidad de Burgos por María Luisa Lobato, nos ofrece el segundo volumen de Comedias de Agustín Moreto. Desde que se publicara el primer volumen en 2008, son ya tres los que han visto la luz y, en poco tiempo, podremos acceder al cuarto. El objetivo del grupo de publicar ediciones críticas rigurosas de la obra dramática del dramaturgo madrileño va tomando poco a poco forma en volúmenes de tres comedias cada uno, publicados por la editorial Reichenberger. A partir de la Primera Parte de sus comedias, en la que Moreto aglutinó doce de sus piezas, los sucesivos volúmenes del grupo “moretianos” recogen las obras por orden de aparición. El orden de publicación de los volúmenes no ha sido correlativo, lo que muestra la experiencia de la directora, ya que esta decisión permite una mayor agilización en la publicación y, tras el primero, el siguiente en ver la luz fue el cuarto, con las tres últimas comedias de la Primera parte publicada por Moreto.
El segundo volumen, que aquí reseñamos, recoge tres interesantes piezas y, curiosamente, según las hipótesis de sus editoras, dos de ellas fueron creadas por Moreto para su publicación en la Primera Parte: De fuera vendrá y Hasta el fin nadie es dichoso. Delia Gavela y Judith Farré Vidal, quien además coordina el volumen, son las responsables, respectivamente, de la edición de estas dos obras. Asimismo, Elena di Pinto y Tania de Miguel presentan una edición conjunta de La misma conciencia acusa. Otro dato curioso de estas tres piezas es que dos de ellas, De fuera vendrá y La misma conciencia acusa, son versiones de piezas de Lope de Vega. La primera se corresponde con ¿De cuándo acá nos vino?, mientras la segunda lo hace con El despertar a quien duerme. Como nos apunta Elena Di Pinto en el prólogo de su edición, fueron seis las obras en las que Moreto se inspiró claramente en comedias del Fénix. Cada edición está precedida por un breve prólogo, en el que se recogen los motivos más relevantes de cada obra y, tras el texto, encontramos la bibliografía consultada por cada editora y el listado de las variantes, resultante del cotejo de las diversas ediciones consultadas. Las notas a pie de página, referidas con el número del verso en el que se encuentra la voz comentada o comienzo del pasaje explicado, completan las tres solventes ediciones que conforman el tomo. Unas palabras preliminares acerca del proyecto y los criterios de edición quizás habrían sido recomendables para una mejor contextualización y comprensión de las ediciones, en las que, por otra parte, como señalaba la directora de la colección, María Luisa Lobato, como introducción al primer volumen, cada editor posee un alto grado de responsabilidad y libertad de elección de los aspectos que considera más relevantes para su estudio. Este hecho queda patente principalmente en los prólogos, en los que varían el orden, presentación y elección de algunos de sus apartados. Tras las tres ediciones, se nos ofrece un útil índice de notas de las tres comedias.
La edición de Delia Gavela de De fuera vendrá muestra el amplio conocimiento de la investigadora de la comedia de Lope de Vega en la que se inspiró Moreto, ¿De cuándo acá nos vino?, ya que su tesis doctoral consistió en el estudio y edición de esta pieza. El prólogo de Gavela se centra especialmente en la datación y contextualización histórica de la obra y en la explicación de su transmisión textual, ya que se conserva un número considerable de impresos, la mayor parte del siglo XVIII. Una breve introducción, el resumen del argumento y una sinopsis de la versificación son los otros puntos que conforman el prólogo al texto. Son numerosas las notas que acompañan al texto, primando de nuevo la información histórica, en detrimento, en algunas ocasiones, del comentario de algunas de las ingeniosas expresiones del personaje de Chinchón, el gracioso. La comedia, que muestra sin duda grandes similitudes con la pieza de Lope, resulta ágil y divertida. Los enredos del capitán Lisardo y el alférez Aguirre, haciéndose pasar el primero por hijo de su superior en Flandes para lograr alojamiento y comida gratis, además del amor de doña Francisca, tendrán un feliz resultado. Antes del meticuloso listado de las variantes de los diferentes impresos consultados, la editora nos proporciona una amplia bibliografía.
Hasta el fin nadie es dichoso constituye una comedia palatina, muy diferente de la divertida De fuera vendrá, centrada en el enfrentamiento entre dos hermanos, Sancho y García, por el favor de su padre, el rey, y el amor de una misma dama: Rosaura. Un complejo juego entre falsas informaciones y oscuros secretos de la reina fallecida complican el destino del “hermano bueno”, Sancho, hasta que logra el reconocimiento de la Corte y la mano de su amada. Judith Farré nos ofrece un completo prólogo a la obra en el que destaca el capítulo sobre su transmisión textual, que se amplía con explicaciones específicas en las notas a pie de página del texto. Junto a las notas meramente ecdóticas, encontramos numerosos comentarios y referencias que aseguran una mejor comprensión y contextualización del texto moretiano.
La comedia editada por Elena di Pinto y Tania de Miguel, La misma conciencia acusa, como ya apuntábamos, es otra versión de una comedia anterior de Lope, El despertar a quien duerme, motivo al que las investigadoras dedican uno de los capítulos del prólogo. Lo acompañan una introducción sobre la comedia, el resumen del argumento, quizás un tanto extenso, la recepción de la pieza, la sinopsis de la métrica, con una breve comparación con la de la pieza de Lope, y la transmisión textual de la obra, que también cuenta con trece impresos principalmente del siglo XVIII. La comedia muestra cómo el duque de Parma pierde su posición a favor del legítimo heredero, debido a sus propios miedos, que le hacen tomar una serie de decisiones que despiertan en el protagonista el deseo de recuperar su posición de gobierno. Las editoras nos brindan un gran número de notas que nos permiten una mejor comprensión del texto, especialmente de las intervenciones del gracioso, Tirso, que utiliza un lenguaje repleto de juegos de palabras y expresiones vulgares, muy cercano al de los aldeanos de los entremeses.
Sin duda, con este nuevo volumen se afianza el proyecto del grupo PROTEO, a punto de completar la edición crítica de las doce comedias de la Primera Parte y que continuará con la edición de la Segunda y varias de sus comedias en colaboración. El trabajo realizado por las cuatro editoras, así como el de María Luisa Lobato como directora, y el de Judith Farré como coordinadora del tomo, ha dado un excelente fruto, pues nos ofrecen solventes ediciones críticas de tres interesantes piezas bastante desconocidas de Moreto, de las que, gracias a su labor, todos los estudiosos e interesados en nuestro teatro barroco podremos disfrutar.
Universidad de Castilla-La Mancha
El grupo de investigación PROTEO, liderado desde la Universidad de Burgos por María Luisa Lobato, nos ofrece el segundo volumen de Comedias de Agustín Moreto. Desde que se publicara el primer volumen en 2008, son ya tres los que han visto la luz y, en poco tiempo, podremos acceder al cuarto. El objetivo del grupo de publicar ediciones críticas rigurosas de la obra dramática del dramaturgo madrileño va tomando poco a poco forma en volúmenes de tres comedias cada uno, publicados por la editorial Reichenberger. A partir de la Primera Parte de sus comedias, en la que Moreto aglutinó doce de sus piezas, los sucesivos volúmenes del grupo “moretianos” recogen las obras por orden de aparición. El orden de publicación de los volúmenes no ha sido correlativo, lo que muestra la experiencia de la directora, ya que esta decisión permite una mayor agilización en la publicación y, tras el primero, el siguiente en ver la luz fue el cuarto, con las tres últimas comedias de la Primera parte publicada por Moreto.
El segundo volumen, que aquí reseñamos, recoge tres interesantes piezas y, curiosamente, según las hipótesis de sus editoras, dos de ellas fueron creadas por Moreto para su publicación en la Primera Parte: De fuera vendrá y Hasta el fin nadie es dichoso. Delia Gavela y Judith Farré Vidal, quien además coordina el volumen, son las responsables, respectivamente, de la edición de estas dos obras. Asimismo, Elena di Pinto y Tania de Miguel presentan una edición conjunta de La misma conciencia acusa. Otro dato curioso de estas tres piezas es que dos de ellas, De fuera vendrá y La misma conciencia acusa, son versiones de piezas de Lope de Vega. La primera se corresponde con ¿De cuándo acá nos vino?, mientras la segunda lo hace con El despertar a quien duerme. Como nos apunta Elena Di Pinto en el prólogo de su edición, fueron seis las obras en las que Moreto se inspiró claramente en comedias del Fénix. Cada edición está precedida por un breve prólogo, en el que se recogen los motivos más relevantes de cada obra y, tras el texto, encontramos la bibliografía consultada por cada editora y el listado de las variantes, resultante del cotejo de las diversas ediciones consultadas. Las notas a pie de página, referidas con el número del verso en el que se encuentra la voz comentada o comienzo del pasaje explicado, completan las tres solventes ediciones que conforman el tomo. Unas palabras preliminares acerca del proyecto y los criterios de edición quizás habrían sido recomendables para una mejor contextualización y comprensión de las ediciones, en las que, por otra parte, como señalaba la directora de la colección, María Luisa Lobato, como introducción al primer volumen, cada editor posee un alto grado de responsabilidad y libertad de elección de los aspectos que considera más relevantes para su estudio. Este hecho queda patente principalmente en los prólogos, en los que varían el orden, presentación y elección de algunos de sus apartados. Tras las tres ediciones, se nos ofrece un útil índice de notas de las tres comedias.
La edición de Delia Gavela de De fuera vendrá muestra el amplio conocimiento de la investigadora de la comedia de Lope de Vega en la que se inspiró Moreto, ¿De cuándo acá nos vino?, ya que su tesis doctoral consistió en el estudio y edición de esta pieza. El prólogo de Gavela se centra especialmente en la datación y contextualización histórica de la obra y en la explicación de su transmisión textual, ya que se conserva un número considerable de impresos, la mayor parte del siglo XVIII. Una breve introducción, el resumen del argumento y una sinopsis de la versificación son los otros puntos que conforman el prólogo al texto. Son numerosas las notas que acompañan al texto, primando de nuevo la información histórica, en detrimento, en algunas ocasiones, del comentario de algunas de las ingeniosas expresiones del personaje de Chinchón, el gracioso. La comedia, que muestra sin duda grandes similitudes con la pieza de Lope, resulta ágil y divertida. Los enredos del capitán Lisardo y el alférez Aguirre, haciéndose pasar el primero por hijo de su superior en Flandes para lograr alojamiento y comida gratis, además del amor de doña Francisca, tendrán un feliz resultado. Antes del meticuloso listado de las variantes de los diferentes impresos consultados, la editora nos proporciona una amplia bibliografía.
Hasta el fin nadie es dichoso constituye una comedia palatina, muy diferente de la divertida De fuera vendrá, centrada en el enfrentamiento entre dos hermanos, Sancho y García, por el favor de su padre, el rey, y el amor de una misma dama: Rosaura. Un complejo juego entre falsas informaciones y oscuros secretos de la reina fallecida complican el destino del “hermano bueno”, Sancho, hasta que logra el reconocimiento de la Corte y la mano de su amada. Judith Farré nos ofrece un completo prólogo a la obra en el que destaca el capítulo sobre su transmisión textual, que se amplía con explicaciones específicas en las notas a pie de página del texto. Junto a las notas meramente ecdóticas, encontramos numerosos comentarios y referencias que aseguran una mejor comprensión y contextualización del texto moretiano.
La comedia editada por Elena di Pinto y Tania de Miguel, La misma conciencia acusa, como ya apuntábamos, es otra versión de una comedia anterior de Lope, El despertar a quien duerme, motivo al que las investigadoras dedican uno de los capítulos del prólogo. Lo acompañan una introducción sobre la comedia, el resumen del argumento, quizás un tanto extenso, la recepción de la pieza, la sinopsis de la métrica, con una breve comparación con la de la pieza de Lope, y la transmisión textual de la obra, que también cuenta con trece impresos principalmente del siglo XVIII. La comedia muestra cómo el duque de Parma pierde su posición a favor del legítimo heredero, debido a sus propios miedos, que le hacen tomar una serie de decisiones que despiertan en el protagonista el deseo de recuperar su posición de gobierno. Las editoras nos brindan un gran número de notas que nos permiten una mejor comprensión del texto, especialmente de las intervenciones del gracioso, Tirso, que utiliza un lenguaje repleto de juegos de palabras y expresiones vulgares, muy cercano al de los aldeanos de los entremeses.
Sin duda, con este nuevo volumen se afianza el proyecto del grupo PROTEO, a punto de completar la edición crítica de las doce comedias de la Primera Parte y que continuará con la edición de la Segunda y varias de sus comedias en colaboración. El trabajo realizado por las cuatro editoras, así como el de María Luisa Lobato como directora, y el de Judith Farré como coordinadora del tomo, ha dado un excelente fruto, pues nos ofrecen solventes ediciones críticas de tres interesantes piezas bastante desconocidas de Moreto, de las que, gracias a su labor, todos los estudiosos e interesados en nuestro teatro barroco podremos disfrutar.
martes, 17 de marzo de 2009
Métrica y estructura dramática
Fausta Antonucci (ed.), Métrica y estructura dramática en el teatro de Lope de Vega, Kassel, Reichenberger, 2007. ISBN 973-3-937734-41-5.
Autor de la reseña:
Javier Rubiera
Université de Montréal.
Fausta Antonucci editó hace dos años este libro que recoge diversas aportaciones de gran valor sobre un tema que afortunadamente cada vez interesa más a los investigadores del teatro áureo: la segmentación del texto teatral y la función de la métrica en relación con la estructura dramática, en este caso ejemplificadas en distintas comedias de Lope de Vega.
De 1998 es un artículo de Marc Vitse sobre “polimetría y estructuras dramáticas en la comedia de corral del siglo XVII” (El escritor y la escena, VI) en el que, tomando como ejemplo El burlador de Sevilla, desarrolla argumentos ya sostenidos en su famosa thèse d’Etat publicada diez años antes. Defiende Vitse allí la absoluta prioridad del criterio métrico en la estructuración de la comedia, frente a aquellos que proponen como prioritaria la división de cada jornada en “cuadros”, en los que según Vitse se revelaría la absoluta primacía que otorgan equivocadamente ciertos críticos a los elementos espaciales. Este texto de 1998 -al que ha replicado en cordial polémica J.M. Ruano de la Haza en un imprescindible artículo publicado en Hecho teatral (nº 7, 2007)- fue acicate para que en otro artículo, sobre la segmentación del Peribáñez, Fausta Antonucci explorara en el año 2000 (Anuario Lope de Vega, VI) las posibilidades del método de análisis propuesto por Vitse, análisis que se fundamenta, por un lado, en la distinción entre formas métricas englobadoras y formas métricas englobadas y, por otro lado, en el reconocimiento y función de las “secuencias” o unidades métricas básicas. Entre 2003 y 2005 fueron invitados a Roma Tre por la profesora italiana Marc Vitse, Mónica Güell y Delia Gavela para hablar de cuestiones métricas y estructurales en la comedia, mientras su anfitriona seguía envuelta con estas preocupaciones, tal como lo demuestran las hipótesis de segmentación de Los melindres de Belisa y Las bizarrías de Belisa que trabajaba por entonces con sus estudiantes. Manuela Sileri, con muchas aportaciones personales, reelabora en una artículo de este libro los resultados de esas clases con Fausta Antonucci.
Este volumen publicado por Edition Reichenberger, y que la misma editora ve en cierto sentido como el libro de actas de un peculiar seminario, recoge textos de estos cinco investigadores unidos en Roma y en distintos momentos en torno a una misma pregunta que lleva haciéndose la crítica desde hace décadas: más allá de los usos reconocidos explícitamente en el Arte nuevo ¿qué función cumple la polimetría en las comedias de Lope y cómo explicar el valor estructural y estructurante de tal variedad de metros en relación con la acción dramática?
Destaca en primer lugar la extensa contribución de Fausta Antonucci, quien además de editar el volumen realiza una impecable introducción al tema a través de un “estado de la cuestión” por el que van desfilando, entre otras, las posiciones de John E. Varey, Diego Marín, V. Dixon, Ruano de la Haza y Marc Vitse, en quien se detiene particularmente, dado que es el punto de partida del artículo del 2000 al que nos referíamos más arriba y que recoge como Apéndice ahora (“Más sobre la segmentación de la obra teatral: el caso de Peribáñez y el Comendador de Ocaña”). Antonucci expone con gran claridad los planteamientos de Vitse, subraya lo que considera sus aciertos y muestra ciertas objeciones o limitaciones de su método analítico, basado en la segmentación métrica como clave de la estructura dramática, método “extremadamente útil y fecundo en resultados” (p. 15), a pesar de que niegue quizás demasiado rotundamente la importancia del espacio en la construcción de la obra teatral.
Es admirable el rigor de Antonucci al discutir los argumentos que no la convencen y la elegancia en el modo de disentir de las posiciones del profesor Vitse, quien se califica a sí mismo como “pertinaz paladín de la supremacía estructural del criterio métrico sobre el criterio espacial” (p. 192).
Tras la introducción, el primer artículo recogido es también de Antonucci y en él examina tres piezas de Lope, fechadas entre 1596 y 1603, que contienen personajes del ciclo caballeresco carolingio: El Marqués de Mantua, Los palacios de Galiana y La mocedad de Roldán.
Le siguen sendos artículos de Delia Gavela, de Mónica Güell y de Manuela Sileri en el que se estudia detenidamente la segmentación de varias comedias lopescas de diferentes épocas, poniendo a prueba y combinando, fundamentalmente, los criterios de análisis de Marc Vitse y de Ruano de la Haza. Delia Gavela analiza El premio de la hermosura, comedia de encargo representada en 1611 por miembros de la familia real y por damas de la corte en el parque de la villa de Lerma. Mónica Güell dedica su atención a los usos dramáticos y estéticos de la versificación en El perro del hortelano y Manuela Sileri se ocupa de aclarar las diferencias de organización dramática en dos comedias urbanas de distintas épocas de Lope de Vega, Los melindres de Belisa (de hacia 1607) y Las bizarrías de Belisa (1634). Finalmente Marc Vitse, inspirador en buena parte de un método ampliamente utilizado, aunque con matizaciones, por las investigadoras anteriores, responde con brío, con buen humor y con armas renovadas a las propuestas e hipótesis sobre el Peribáñez que Antonucci había formulado en el 2000 y que, como hemos dicho, se recogen en un Apéndice final. Como resultado de su revisión del trabajo de Antonucci y de su propio y detenido análisis del Peribáñez, sostiene Vitse que ambas aproximaciones son “perfectamente legítimas”, pero que conducen a “interpretaciones prácticas divergentes de la obra examinada” (p. 199).
No puedo dejar de ocultar que, si bien es de admirar la sutileza y la minuciosidad con las que Marc Vitse conduce sus análisis, en el tramo final de su exposición desemboca en una no sé si muy deseable complicación, en la que se riza el rizo de las macro-, meso- y microsecuencias y de las variaciones sobre el “globo” (englobante, englobada, semienglobada…). Por otro lado, no deja de extrañar que el profesor Vitse sea capaz de distinguir tan perspicazmente hasta los mínimos detalles para encontrar los matices en un cuadro muy complejo (Car nous voulons la Nuance encor…), pero insista en resumir su posición en fórmulas reductoras extremadas como esa principalísima en la que repite que en la comedia Omnia regit tempus, empeñado en no reconocer al espacio valor estructural ni estructurante. Comparto mucho más el tono de su reflexión final cuando insiste en que “no hay en el trabajo de segmentación de la obra teatral áurea, nada que se pueda hacer automáticamente, ningún método que se pueda aplicar mecánicamente. Si estoy persuadido de que, […] existe, entre las convenciones de escritura de la Comedia, el sistema, callado pero indudable, de la estructuración métrica, también estoy convencido de que cada traducción concreta de este principio estructural es ‘original’, de que cada obra estudiada puede ofrecer una combinación combinatoria [sic] diferente de los mismos elementos constituyentes del sin par invento de la polimetría teatral áurea” (p. 201).
Este libro pone de manifiesto la importancia del estudio de la función de la polimetría en el teatro áureo, a la que han dedicado también su atención en los últimos años otros investigadores como Christophe Couderc, Leonor Fernández Guillermo, Emmanuelle Garnier, Melchora Romanos o Pedro Ruiz Pérez, por ejemplo, lo que creo muestra un interés renovado por este tema.
Todos los artículos del libro reseñado se acompañan de cuadros explicativos que recogen de cada comedia estudiada informaciones detalladas en relación con el tipo de versificación, la segmentación en cuadros con indicación del momento en el que el tablado queda vacío, las macrosecuencias y las microsecuencias (según la terminología de Vitse) y otros criterios que varían según el investigador (acción, espacio, tiempo, escenografía, personajes). Estos cuadros, y sus análisis correspondientes, son de inestimable valor para poder ir haciéndose idea poco a poco de una dramaturgia tan extensa y compleja como la de Lope, de la que se reúnen aquí adecuadamente ejemplos de comedias que proceden de distintas épocas, que pertenecen a diferentes géneros y que fueron concebidas para espacios y públicos diversos. Lo más difícil es pasar de la anécdota a la categoría, extraer conclusiones generalizables a partir de una obra o de un número limitado de casos, sobre todo si de Lope se desea saltar a la consideración de la Comedia, tal como fue cambiando a lo largo del siglo XVII. Sin salir de Lope, ¿cómo conciliar el caso de El arenal de Sevilla, escrito en redondillas en casi un 95%, con La limpieza no manchada, en la que se notan 54 cambios de versificación? Hay que ser muy cautos a la hora de generalizar las conclusiones a partir de casos muy interesantes en sí mismos, pero que pueden no ser muy representativos de las tendencias generales. Por mi parte, sobre cuestiones de segmentación del texto dramático, sobre el concepto de “cuadro” y sobre el de “escena” pienso echar mi cuarto a espadas próximamente, pero quede constancia de que, para comenzar, me sitúo en la línea de Fausta Antonucci cuando aboga por observar conjuntamente la articulación métrica y la articulación espacial, aunque evidentemente esto pueda hacerse de muy diversas maneras. Coincido con Antonucci en reconocer, como hacía ella al final de su artículo de 2000, que “aunque aceptemos, con Vitse, la primacía estucturante de lo audible (o legible, que es como hoy se percibe más claramente el juego polimétrico), no hay que olvidar la realidad visual del teatro, y la importancia en su interpretación de cualquier signo visible, que esto son, en primera instancia, las entradas o salidas de los personajes al tablado donde se representa la obra” (p. 227).
Autor de la reseña:
Javier Rubiera
Université de Montréal.
Fausta Antonucci editó hace dos años este libro que recoge diversas aportaciones de gran valor sobre un tema que afortunadamente cada vez interesa más a los investigadores del teatro áureo: la segmentación del texto teatral y la función de la métrica en relación con la estructura dramática, en este caso ejemplificadas en distintas comedias de Lope de Vega.
De 1998 es un artículo de Marc Vitse sobre “polimetría y estructuras dramáticas en la comedia de corral del siglo XVII” (El escritor y la escena, VI) en el que, tomando como ejemplo El burlador de Sevilla, desarrolla argumentos ya sostenidos en su famosa thèse d’Etat publicada diez años antes. Defiende Vitse allí la absoluta prioridad del criterio métrico en la estructuración de la comedia, frente a aquellos que proponen como prioritaria la división de cada jornada en “cuadros”, en los que según Vitse se revelaría la absoluta primacía que otorgan equivocadamente ciertos críticos a los elementos espaciales. Este texto de 1998 -al que ha replicado en cordial polémica J.M. Ruano de la Haza en un imprescindible artículo publicado en Hecho teatral (nº 7, 2007)- fue acicate para que en otro artículo, sobre la segmentación del Peribáñez, Fausta Antonucci explorara en el año 2000 (Anuario Lope de Vega, VI) las posibilidades del método de análisis propuesto por Vitse, análisis que se fundamenta, por un lado, en la distinción entre formas métricas englobadoras y formas métricas englobadas y, por otro lado, en el reconocimiento y función de las “secuencias” o unidades métricas básicas. Entre 2003 y 2005 fueron invitados a Roma Tre por la profesora italiana Marc Vitse, Mónica Güell y Delia Gavela para hablar de cuestiones métricas y estructurales en la comedia, mientras su anfitriona seguía envuelta con estas preocupaciones, tal como lo demuestran las hipótesis de segmentación de Los melindres de Belisa y Las bizarrías de Belisa que trabajaba por entonces con sus estudiantes. Manuela Sileri, con muchas aportaciones personales, reelabora en una artículo de este libro los resultados de esas clases con Fausta Antonucci.
Este volumen publicado por Edition Reichenberger, y que la misma editora ve en cierto sentido como el libro de actas de un peculiar seminario, recoge textos de estos cinco investigadores unidos en Roma y en distintos momentos en torno a una misma pregunta que lleva haciéndose la crítica desde hace décadas: más allá de los usos reconocidos explícitamente en el Arte nuevo ¿qué función cumple la polimetría en las comedias de Lope y cómo explicar el valor estructural y estructurante de tal variedad de metros en relación con la acción dramática?
Destaca en primer lugar la extensa contribución de Fausta Antonucci, quien además de editar el volumen realiza una impecable introducción al tema a través de un “estado de la cuestión” por el que van desfilando, entre otras, las posiciones de John E. Varey, Diego Marín, V. Dixon, Ruano de la Haza y Marc Vitse, en quien se detiene particularmente, dado que es el punto de partida del artículo del 2000 al que nos referíamos más arriba y que recoge como Apéndice ahora (“Más sobre la segmentación de la obra teatral: el caso de Peribáñez y el Comendador de Ocaña”). Antonucci expone con gran claridad los planteamientos de Vitse, subraya lo que considera sus aciertos y muestra ciertas objeciones o limitaciones de su método analítico, basado en la segmentación métrica como clave de la estructura dramática, método “extremadamente útil y fecundo en resultados” (p. 15), a pesar de que niegue quizás demasiado rotundamente la importancia del espacio en la construcción de la obra teatral.
Es admirable el rigor de Antonucci al discutir los argumentos que no la convencen y la elegancia en el modo de disentir de las posiciones del profesor Vitse, quien se califica a sí mismo como “pertinaz paladín de la supremacía estructural del criterio métrico sobre el criterio espacial” (p. 192).
Tras la introducción, el primer artículo recogido es también de Antonucci y en él examina tres piezas de Lope, fechadas entre 1596 y 1603, que contienen personajes del ciclo caballeresco carolingio: El Marqués de Mantua, Los palacios de Galiana y La mocedad de Roldán.
Le siguen sendos artículos de Delia Gavela, de Mónica Güell y de Manuela Sileri en el que se estudia detenidamente la segmentación de varias comedias lopescas de diferentes épocas, poniendo a prueba y combinando, fundamentalmente, los criterios de análisis de Marc Vitse y de Ruano de la Haza. Delia Gavela analiza El premio de la hermosura, comedia de encargo representada en 1611 por miembros de la familia real y por damas de la corte en el parque de la villa de Lerma. Mónica Güell dedica su atención a los usos dramáticos y estéticos de la versificación en El perro del hortelano y Manuela Sileri se ocupa de aclarar las diferencias de organización dramática en dos comedias urbanas de distintas épocas de Lope de Vega, Los melindres de Belisa (de hacia 1607) y Las bizarrías de Belisa (1634). Finalmente Marc Vitse, inspirador en buena parte de un método ampliamente utilizado, aunque con matizaciones, por las investigadoras anteriores, responde con brío, con buen humor y con armas renovadas a las propuestas e hipótesis sobre el Peribáñez que Antonucci había formulado en el 2000 y que, como hemos dicho, se recogen en un Apéndice final. Como resultado de su revisión del trabajo de Antonucci y de su propio y detenido análisis del Peribáñez, sostiene Vitse que ambas aproximaciones son “perfectamente legítimas”, pero que conducen a “interpretaciones prácticas divergentes de la obra examinada” (p. 199).
No puedo dejar de ocultar que, si bien es de admirar la sutileza y la minuciosidad con las que Marc Vitse conduce sus análisis, en el tramo final de su exposición desemboca en una no sé si muy deseable complicación, en la que se riza el rizo de las macro-, meso- y microsecuencias y de las variaciones sobre el “globo” (englobante, englobada, semienglobada…). Por otro lado, no deja de extrañar que el profesor Vitse sea capaz de distinguir tan perspicazmente hasta los mínimos detalles para encontrar los matices en un cuadro muy complejo (Car nous voulons la Nuance encor…), pero insista en resumir su posición en fórmulas reductoras extremadas como esa principalísima en la que repite que en la comedia Omnia regit tempus, empeñado en no reconocer al espacio valor estructural ni estructurante. Comparto mucho más el tono de su reflexión final cuando insiste en que “no hay en el trabajo de segmentación de la obra teatral áurea, nada que se pueda hacer automáticamente, ningún método que se pueda aplicar mecánicamente. Si estoy persuadido de que, […] existe, entre las convenciones de escritura de la Comedia, el sistema, callado pero indudable, de la estructuración métrica, también estoy convencido de que cada traducción concreta de este principio estructural es ‘original’, de que cada obra estudiada puede ofrecer una combinación combinatoria [sic] diferente de los mismos elementos constituyentes del sin par invento de la polimetría teatral áurea” (p. 201).
Este libro pone de manifiesto la importancia del estudio de la función de la polimetría en el teatro áureo, a la que han dedicado también su atención en los últimos años otros investigadores como Christophe Couderc, Leonor Fernández Guillermo, Emmanuelle Garnier, Melchora Romanos o Pedro Ruiz Pérez, por ejemplo, lo que creo muestra un interés renovado por este tema.
Todos los artículos del libro reseñado se acompañan de cuadros explicativos que recogen de cada comedia estudiada informaciones detalladas en relación con el tipo de versificación, la segmentación en cuadros con indicación del momento en el que el tablado queda vacío, las macrosecuencias y las microsecuencias (según la terminología de Vitse) y otros criterios que varían según el investigador (acción, espacio, tiempo, escenografía, personajes). Estos cuadros, y sus análisis correspondientes, son de inestimable valor para poder ir haciéndose idea poco a poco de una dramaturgia tan extensa y compleja como la de Lope, de la que se reúnen aquí adecuadamente ejemplos de comedias que proceden de distintas épocas, que pertenecen a diferentes géneros y que fueron concebidas para espacios y públicos diversos. Lo más difícil es pasar de la anécdota a la categoría, extraer conclusiones generalizables a partir de una obra o de un número limitado de casos, sobre todo si de Lope se desea saltar a la consideración de la Comedia, tal como fue cambiando a lo largo del siglo XVII. Sin salir de Lope, ¿cómo conciliar el caso de El arenal de Sevilla, escrito en redondillas en casi un 95%, con La limpieza no manchada, en la que se notan 54 cambios de versificación? Hay que ser muy cautos a la hora de generalizar las conclusiones a partir de casos muy interesantes en sí mismos, pero que pueden no ser muy representativos de las tendencias generales. Por mi parte, sobre cuestiones de segmentación del texto dramático, sobre el concepto de “cuadro” y sobre el de “escena” pienso echar mi cuarto a espadas próximamente, pero quede constancia de que, para comenzar, me sitúo en la línea de Fausta Antonucci cuando aboga por observar conjuntamente la articulación métrica y la articulación espacial, aunque evidentemente esto pueda hacerse de muy diversas maneras. Coincido con Antonucci en reconocer, como hacía ella al final de su artículo de 2000, que “aunque aceptemos, con Vitse, la primacía estucturante de lo audible (o legible, que es como hoy se percibe más claramente el juego polimétrico), no hay que olvidar la realidad visual del teatro, y la importancia en su interpretación de cualquier signo visible, que esto son, en primera instancia, las entradas o salidas de los personajes al tablado donde se representa la obra” (p. 227).
miércoles, 11 de marzo de 2009
Moretiana. Adversa y próspera fortuna de Agustín Moreto
Mª Luisa Lobato y Juan A. Martínez Berbel (Eds.), Moretiana. Adversa y próspera fortuna de Agustín Moreto, Madrid - Frankfurt, Iberoamericana - Vervuert, 2008, 371 p. ISBN: 978-84-8489-400-1
***Enlace a la editorial, en la portada; enlace al volumen en línea, Google Académico, en el título del volumen***
Autora de la reseña:
Sofía Cantalapiedra Delgado
Universidad de Barcelona
Durante los días 6 al 9 de noviembre del año 2006 se celebró en la Universidad de Burgos el primer Congreso Internacional dedicado a Agustín Moreto bajo el título: “Estrategias dramáticas y práctica teatral en Agustín Moreto. Congreso Internacional de Teatro del Siglo de Oro”, coordinado por Mª Luisa Lobato y Juan A. Martínez Berbel. Fruto de ese encuentro surge el presente volumen titulado: Moretiana. Adversa y próspera fortuna de Agustín Moreto, cuya necesidad es mostrar a la comunidad científica el estado de la cuestión de los estudios dedicados a la figura de uno de los dramaturgos más importantes del siglo XVII, bajo la pluma de los mejores especialistas moretianos y del teatro de la Edad de Oro. Dieciséis artículos divididos en cuatro apartados son los que forman el cuerpo del volumen, en cuya introducción Mª Luisa Lobato ya declara la necesidad de recuperar de la “adversa” fortuna la dramaturgia de Moreto, pues es el primer monográfico dedicado al autor madrileño después de los estudios de Kennedy (1932), Caldera (1960), Casa (1966), Castañeda (1974) y Mackenzie (1994).
El primer apartado se centra en la empresa teatral en la que Agustín Moreto tuvo un papel dinámico, y en cuyo artículo, Mª Luisa Lobato demuestra la gran actividad del autor de El desdén, con el desdén como empresario y dramaturgo entre los años 1637 y 1654, junto con los autores de las compañías más célebres de la primera mitad del siglo XVII como Antonio García de Prado, Sebatián de Prado, Gaspar Fernández de Valdés, Juan Vivas o Diego Osorio, entre otros. Miguel Zugasti, por su parte, acompaña al lector a través de las vicisitudes sufridas por el manuscrito autógrafo El poder de la amistad en liza contra censores, correctores, impresores y cómicos hasta su aparición en el año 1654, en la Primera parte de comedias de D. Agustín Moreto y Cabaña. Esther Borrego y Luciano García Lorenzo estudian la recepción de la obra del dramaturgo. La primera analiza la mixtura en que, La fuerza de la ley, integra elementos burlescos en un esquema de tragedia de honor , posiblemente debido al desgaste que con el paso de las décadas sufría el género y que llevó a los dramaturgos a buscar nuevos caminos para mantener el “aplauso del pueblo”. El segundo, siguiendo la línea de sus investigaciones y su magisterio –qué gran luz nos aporta a los jóvenes investigadores a la hora de analizar los montajes de nuestros dramaturgos áureos– analiza y recopila la presencia de Moreto en la escena española desde 1939 hasta 2006, demostrando que El desdén, con el desdén y El lindo don Diego han sido las obras más representadas hasta el momento.
El segundo apartado está centrado en las técnicas de escritura teatral en el tiempo de Moreto. De la reescritura se encargan Beata Baczynska y Abraham Madroñal. La estudiosa polaca analiza la refundición de El mejor amigo, el rey, a partir de la comedia Cautela contra cautela, atribuida a Tirso, “dando a la trama mayor cohesión y a los personajes mayor transparencia”, en palabras de Baczynska. No debemos olvidar que Moreto fue y ha sido conocido por el famoso Vejamen de Jerónimo de Cáncer y Velasco, en el que retrataba al dramaturgo (re)escribiendo “comedias viejas”, una reescritura que, en el caso de la obra estudiada, alcanza la máxima calidad en el modelo de la Comedia Nueva. Por su parte, Abraham Madroñal analiza el proceso de reescritura entre El Parecido y El Parecido en la Corte, caso donde el editor observa que la primera de ellas es una versión más corta debido, posiblemente, a las exigencias de alguna compañía teatral para adaptarla a la representación, mientras que la segunda parece ser la versión más cercana a la voluntad del autor. Juan Antonio Martínez Berbel ofrece un valiosa y útil herramienta de trabajo para el análisis estructural y la producción dramática de Agustín Moreto. Y Alessandro Cassol y Marcella Trambaioli se centran en el estudio de las comedias en colaboración que dentro del corpus dramático de Moreto ocupan un lugar importante, compartiendo pluma con Matos, Cáncer o el propio Calderón.
El tercer bloque recoge el análisis de los temas dentro de la dramaturgia moretiana. En primer lugar, Judith Farré ofrece un delicado estudio de la comedia Hasta el fin nadie es dichoso, refundición de la obra de Guillén de Castro Los enemigos hermanos, en la que los espacios ajardinados son el escenario perfecto para la intimidad amorosa, la reflexión, la caracterización de la hermosura de la dama y el desenlace. Héctor Brioso analiza la burla amorosa, levemente "mecanizada" en los entremeses de Moreto. Manuel Cornejo ofrece el análisis de los diferentes topónimos con los que Moreto se refiere a la capital española y en el que el espacio cumple una función esencialmente lúdica. En una comedia histórica, Los jueces de Castilla, se centra el artículo de Francisco Sáez Raposo, demostrando que Moreto se basa, para crear su obra, en la personalidad de Ramiro II de León (931-951) como símbolo del nacimiento de Castilla. Por su parte, Javier Rubiera trata la obra El licenciado vidriera, analizando componentes no considerados hasta ahora por la crítica: la locura fingida del protagonista y el subtítulo de la comedia, Las fortunas de Carlos, que dan luz a la correcta interpretación de la obra, lejos de la obra cervantina.
El último apartado reúne los estudios centrados en el juego de los personajes que protagonizan el teatro de Moreto: damas, galanes y graciosos. Ana Suárez Miramón realiza un análisis antropológico de la figura de la mujer en la obra moretiana. Delia Gavela se centra en la figura del galán “apicarado” que aparece en las comedias de enredo y Elena Di Pinto analiza la importancia del gracioso en El lindo don Diego.
Estamos, por lo tanto, ante el primer volumen dedicado al análisis de la dramaturgia moretiana de la mano de los mejores especialistas, que imprimen hoy así un giro a la rueda de la diosa Fortuna, devolviendo a Agustín Moreto de la adversa a la próspera fortuna.
***Enlace a la editorial, en la portada; enlace al volumen en línea, Google Académico, en el título del volumen***
Autora de la reseña:
Sofía Cantalapiedra Delgado
Universidad de Barcelona
Durante los días 6 al 9 de noviembre del año 2006 se celebró en la Universidad de Burgos el primer Congreso Internacional dedicado a Agustín Moreto bajo el título: “Estrategias dramáticas y práctica teatral en Agustín Moreto. Congreso Internacional de Teatro del Siglo de Oro”, coordinado por Mª Luisa Lobato y Juan A. Martínez Berbel. Fruto de ese encuentro surge el presente volumen titulado: Moretiana. Adversa y próspera fortuna de Agustín Moreto, cuya necesidad es mostrar a la comunidad científica el estado de la cuestión de los estudios dedicados a la figura de uno de los dramaturgos más importantes del siglo XVII, bajo la pluma de los mejores especialistas moretianos y del teatro de la Edad de Oro. Dieciséis artículos divididos en cuatro apartados son los que forman el cuerpo del volumen, en cuya introducción Mª Luisa Lobato ya declara la necesidad de recuperar de la “adversa” fortuna la dramaturgia de Moreto, pues es el primer monográfico dedicado al autor madrileño después de los estudios de Kennedy (1932), Caldera (1960), Casa (1966), Castañeda (1974) y Mackenzie (1994).
El primer apartado se centra en la empresa teatral en la que Agustín Moreto tuvo un papel dinámico, y en cuyo artículo, Mª Luisa Lobato demuestra la gran actividad del autor de El desdén, con el desdén como empresario y dramaturgo entre los años 1637 y 1654, junto con los autores de las compañías más célebres de la primera mitad del siglo XVII como Antonio García de Prado, Sebatián de Prado, Gaspar Fernández de Valdés, Juan Vivas o Diego Osorio, entre otros. Miguel Zugasti, por su parte, acompaña al lector a través de las vicisitudes sufridas por el manuscrito autógrafo El poder de la amistad en liza contra censores, correctores, impresores y cómicos hasta su aparición en el año 1654, en la Primera parte de comedias de D. Agustín Moreto y Cabaña. Esther Borrego y Luciano García Lorenzo estudian la recepción de la obra del dramaturgo. La primera analiza la mixtura en que, La fuerza de la ley, integra elementos burlescos en un esquema de tragedia de honor , posiblemente debido al desgaste que con el paso de las décadas sufría el género y que llevó a los dramaturgos a buscar nuevos caminos para mantener el “aplauso del pueblo”. El segundo, siguiendo la línea de sus investigaciones y su magisterio –qué gran luz nos aporta a los jóvenes investigadores a la hora de analizar los montajes de nuestros dramaturgos áureos– analiza y recopila la presencia de Moreto en la escena española desde 1939 hasta 2006, demostrando que El desdén, con el desdén y El lindo don Diego han sido las obras más representadas hasta el momento.
El segundo apartado está centrado en las técnicas de escritura teatral en el tiempo de Moreto. De la reescritura se encargan Beata Baczynska y Abraham Madroñal. La estudiosa polaca analiza la refundición de El mejor amigo, el rey, a partir de la comedia Cautela contra cautela, atribuida a Tirso, “dando a la trama mayor cohesión y a los personajes mayor transparencia”, en palabras de Baczynska. No debemos olvidar que Moreto fue y ha sido conocido por el famoso Vejamen de Jerónimo de Cáncer y Velasco, en el que retrataba al dramaturgo (re)escribiendo “comedias viejas”, una reescritura que, en el caso de la obra estudiada, alcanza la máxima calidad en el modelo de la Comedia Nueva. Por su parte, Abraham Madroñal analiza el proceso de reescritura entre El Parecido y El Parecido en la Corte, caso donde el editor observa que la primera de ellas es una versión más corta debido, posiblemente, a las exigencias de alguna compañía teatral para adaptarla a la representación, mientras que la segunda parece ser la versión más cercana a la voluntad del autor. Juan Antonio Martínez Berbel ofrece un valiosa y útil herramienta de trabajo para el análisis estructural y la producción dramática de Agustín Moreto. Y Alessandro Cassol y Marcella Trambaioli se centran en el estudio de las comedias en colaboración que dentro del corpus dramático de Moreto ocupan un lugar importante, compartiendo pluma con Matos, Cáncer o el propio Calderón.
El tercer bloque recoge el análisis de los temas dentro de la dramaturgia moretiana. En primer lugar, Judith Farré ofrece un delicado estudio de la comedia Hasta el fin nadie es dichoso, refundición de la obra de Guillén de Castro Los enemigos hermanos, en la que los espacios ajardinados son el escenario perfecto para la intimidad amorosa, la reflexión, la caracterización de la hermosura de la dama y el desenlace. Héctor Brioso analiza la burla amorosa, levemente "mecanizada" en los entremeses de Moreto. Manuel Cornejo ofrece el análisis de los diferentes topónimos con los que Moreto se refiere a la capital española y en el que el espacio cumple una función esencialmente lúdica. En una comedia histórica, Los jueces de Castilla, se centra el artículo de Francisco Sáez Raposo, demostrando que Moreto se basa, para crear su obra, en la personalidad de Ramiro II de León (931-951) como símbolo del nacimiento de Castilla. Por su parte, Javier Rubiera trata la obra El licenciado vidriera, analizando componentes no considerados hasta ahora por la crítica: la locura fingida del protagonista y el subtítulo de la comedia, Las fortunas de Carlos, que dan luz a la correcta interpretación de la obra, lejos de la obra cervantina.
El último apartado reúne los estudios centrados en el juego de los personajes que protagonizan el teatro de Moreto: damas, galanes y graciosos. Ana Suárez Miramón realiza un análisis antropológico de la figura de la mujer en la obra moretiana. Delia Gavela se centra en la figura del galán “apicarado” que aparece en las comedias de enredo y Elena Di Pinto analiza la importancia del gracioso en El lindo don Diego.
Estamos, por lo tanto, ante el primer volumen dedicado al análisis de la dramaturgia moretiana de la mano de los mejores especialistas, que imprimen hoy así un giro a la rueda de la diosa Fortuna, devolviendo a Agustín Moreto de la adversa a la próspera fortuna.
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