Jesús G.
Maestro, Calipso eclipsada. El teatro de Cervantes más allá del Siglo de Oro, Madrid, Verbum, 2013.
ISBN 978-84-7962-899-4.
Información de la editorial Verbum.
Avanza Jesús G.
Maestro en este nuevo volumen que el teatro de Cervantes adquiere su indudable
perspectiva de modernidad cuando se le saca de las casillas habituales –en las
que nunca entró– para ponerlo más bien en su verdadero contexto europeo: el
descenso a los infiernos de Dante, la bufonada liminar de El rey Lear, la burla de beatos y biempensantes de Molière.
Es
efectivamente Cervantes un clásico contra los clásicos, que hace fluidos a sus
personajes, distintos pues de ‘su’ destino, modernos, montados en la nada de un
pathos que les es externo: “… el único delito de los numantinos radica en su
propia existencia…”.
¿Cuál es la
clave esencial de esa tragedia cervantina, su legado para nuestra propia
(post)modernidad? El ensayo de Maestro apunta como primera respuesta a la
secularización, es decir, algo que no tiene nada que ver con la moralización de
la tragedia española de finales del XVI (senequista, italianizante),
sobrecargada de horrores y de reyes tiranos, pero carente de vida popular.
La tragedia
cervantina expulsa a los dioses de la acción, en un mundo donde todo se vuelve
humano y donde solo el tiempo-historia trasciende los hechos y les da un
posible (sin)sentido, pero tan provisional, tan relativo…
Cervantes y
Shakespeare. ¿Qué les une? Su interés por revelar el revés de la máquina
teatral, es decir, por hacer metateatro. ¿Por qué lo hacen ambos? Es el
‘pliegue’ de Deleuze que acecha el theatrum
mundi barroco… y a nosotros mismos en nuestra postmodernidad: eso es lo que
hace a Cervantes y a Shakespeare nuestros contemporáneos. ¿Más que a Lope? Sí,
en la medida que la afirmación del personajes frente a la norma/la
trascendencia no es tan radical en la Comedia Nueva como en el caso de
Cervantes.
Particularmente
sabroso el apartado de Maestro sobre literatura y religión: los dioses “no
entienden, diríamos, de epistemología, solo de ética”. Lo propio de los dioses
es efectivamente mostrar poder, pero luego no saben aprovechar la imagen en
buenos textos: para eso necesitan a los pobres diablos de los humanos para que lo
cuenten. Los dioses viven en la literatura y de la literatura, un medio que sin
embargo les es extraño.
Pero la
tragedia que ensalzaba a los dioses está cambiando con Cervantes, Shakespeare y
Milton: los dioses dejan ahora de matar, justificar la muerte o autorizarla. La
metafísica se hace historia. Ahora son simples romanos y numantinos los que se
encargan de esos asuntos, incluido el hecho límite –bastante inefable hasta
ahora– de suicidarse.
Boutade que quizá no
lo sea tanto al hilo de la lectura de Maestro: ¿Había leído Cervantes a Nietzsche?
Porque la de Cervantes es la tragedia deicida, no porque se mate en ella a los
dioses, sino porque estos se han ido. Los hombres además saben, conocen la catástrofe a la que se dirigen, pero deciden
seguir adelante. Todo ocurre en un mundo caótico y absurdo de palabras sueltas
que ruedan en el vacío: el mundo de Vladimir y Estragon. Y esa es la segunda
lección de Maestro, tras poner a Cervantes en relación con sus contemporáneos
europeos: avanzar una lectura del teatro cervantino en feed-back con las líneas más rompedoras que han construido el teatro
(la tragedia) del siglo XX, de La casa de Bernarda Alba a Brecht, a Pirandello.
Es ahí donde se ajusta por fin la óptica que permite considerar hoy el teatro
de Cervantes. La reflexión fílmica debería concurrir igualmente, pero esa es ya
otra entrega futurible.
Bravo, Jesús G. Maestro, sobre
todo por la perspectiva de lectura abierta, trasversal, europea, modernísima,
en la que la obra de Cervantes gana su verdadero relieve para el lector de hoy,
que es un lector por el que vale la pena luchar.